domingo, 16 de septiembre de 2012

De la fe y sus orígenes (diálogo con un maestro de la Advaita)


Devoto: en otras conversaciones usted nos habló sobre un aspecto conciliador que es inherente a la espiritualidad. En este sentido algunos hablan de la “lucha espiritual” como un proceso en donde el actor sería algo que llamamos de “guerrero espiritual”.

Maestro: sí, eso se hace evidente en algunos textos espiritualistas. Hablar de lucha y de guerrero espiritual crea automáticamente un escenario en la mente del devoto. Un campo en donde deberían ocurrir confrontaciones contra algo, contra alguien. A estos últimos los podríamos llamar de enemigos u opresores.

Devoto: ¿ese campo de batalla qué representa realmente?

Maestro: mire bien quien hace la pregunta. Allí está el campo de batalla. Podríamos decir que el escenario es la mente, y uno de los actores es el personaje que usted representa.

Devoto: al personaje lo hemos llamado en nuestros encuentros de “ego”.

Maestro: de allí vienen todas las preguntas, inclusive aquella de “donde está el campo de batalla”.

Devoto: en toda lucha debería haber por lo menos dos personajes para una confrontación.

Maestro: sí, eso es evidente. El otro personaje está en desacuerdo con algo que usted sostiene, con un argumento, con alguna posición, con un prejuicio, con alguna posesión. Es completa un escenario de conflicto.

Devoto: para abordar el tema sugeriría aclarar el tema de los dos personajes del conflicto.

Maestro: ese abordaje generalmente trae problemas. ¿No sería mejor analizar la esencia del desacuerdo y del conflicto?

Devoto: no estaba pensando en esa dirección pero podemos proseguir nuestra conversación.

Maestro: en un conflicto el elemento del desacuerdo tiene una dualidad inherente: representa un elemento de conflicto y también un elemento de intercambio. Son dos caras de una misma moneda. El enemigo es importante pues permite que esta dualidad emerja, que se haga evidente. Y así la misma puede ser disuelta por la comprensión. Esta comprensión representa una disolución de la dualidad, aquella que causó el conflicto. A esto los textos espiritualistas lo han llamado de “reconciliación”. Otros lo llaman de “arrepentimiento”.

Devoto: o sea que en una lucha espiritual el eje del conflicto no está exactamente en el enemigo, sino en aquello que se disputa.

Maestro: muchos textos espiritualistas llaman al enemigo de maligno, de demonio, de odio, o de todas aquellas debilidades que en la tradición cristiana son denominadas de pecados capitales. Pero cuando los mismos aparecen en el escenario del conflicto no son tan importantes en el proceso.

Devoto: esto me parece complejo.

Maestro: esos posibles enemigos sólo están allí para hacer evidente la naturaleza del conflicto, que siempre está ligada a la dualidad.

Devoto: esto es contradictorio, pues siempre queremos luchar contra algo, por un motivo.

Maestro: observe que el escenario es la mente, un lugar donde reina la dualidad.  Entrar en el conflicto como un personaje refuerza la dualidad, y como postre genera gratuitamente la culpa.

Devoto: ¿o sea que siempre que estemos en un escenario de conflicto habrá culpa?

Maestro: eso es correcto. En un escenario de conflicto siempre aparece la culpa. Y ella también pude ser observada como un síntoma de existencia de algún conflicto. Ella refuerza la dualidad, refuerza el conflicto y aparece como síntoma.  Este comportamiento es típico de sistemas que se retroalimentan, que se refuerzan mutuamente.

Devoto: y ahora hablemos sobre el “enemigo”, el “opresor”, el “contrincante”.

Maestro: la labor del contrincante es siempre positiva, pues coloca en evidencia un conflicto que estaba en potencial, o que estaba presente mas no era evidente. El conflicto aparece como una fisura del ego, y lo que surge de esta fisura es un aspecto del miedo, transfigurado en una forma específica, a la que llamamos comúnmente de culpa.

Devoto: ¿y que nos resta hacer ante el conflicto?

Maestro: todos los textos sagrados dan la misma solución: disuelva el aspecto dual que creó el conflicto. Esto hasta aparece en la práctica como una negociación. El elemento del conflicto debe ser colocado en una mesa para ser revisto. Esto está bien claro en los textos sagrados de la tradición cristiana.

Devoto: usted nos había hablado alguna vez sobre el salmo 23 de David.

Maestro: exactamente, observe este trecho: “Tu bastón y tu cayado me dejan tranquilo. Delante de mí preparas una mesa, en frente de mis enemigos. Unges mi cabeza con óleo y mi taza transborda”.

Devoto: parece ahora más claro ahora su significado…

Maestro: La mesa está siendo preparada por alguien, aquel que da seguridad y tranquilidad. Para negociar usted necesita de alguien que sea neutro, que no juzgue. El elemento del conflicto debe ser colocado sobre esa mesa de negociaciones.  El proceso de negociación representa una disolución de la dualidad. El resultado es un aspecto de integración, que se alcanza por la protección que tiene el devoto cuando participa sinceramente de un proceso de reconciliación. Esta sinceridad del devoto representa la verdadera naturaleza del guerrero espiritual. Y es la única arma que debe esgrimir en el conflicto.