Cuenta una historia que una vez un científico demostró ante un gran auditorio la existencia de Dios. Todos los presentes se quedaron maravillados ante la elocuencia y formalismo científico de los argumentos expuestos. Al día siguiente el mismo científico demostró con igual rigor y ante el mismo auditorio la inexistencia de Dios.
Una vez le preguntaron al gran físico Carl Sagan sobre el tema y respondió con un argumento como este: “si me preguntan como físico sobre la necesidad de alguna inteligencia divina para entender el origen físico del universo yo diría que la existencia de Dios no se hace necesaria. Lo único que me deja perplejo es como el funcionamiento del universo puede ser tan bien expresado usando ecuaciones matemáticas”. Para este científico Dios - si por acaso existiera- debería ser un gran matemático. De la misma manera para un artista la Divinidad sería la máxima expresión de la creatividad.
Una de las maravillas de transitar más allá de lo mental es que nos podemos librar de creencias, teologías y teorías sobre lo espiritual. Si todos hiciéramos este trabajo tal vez todas las iglesias y sectas entrarían en fase de extinción (como ocurrió alguna vez con los dinosaurios), llevándose consigo y para siempre todos sus dogmas e inquisidores.
En el silencio profundo de la meditación y en la entrega de la devoción la existencia o inexistencia de Dios deja de ser un problema. Y como en ese estado no hay palabras ni pensamientos, tampoco hay teologías ni teorías. Esto nos abre un espacio para sentir y a vislumbrar una suave y cálida presencia: la del Ser, manifestandose expontanea y libremente en cada uno de nosotros.
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